Hubo un tiempo, justo después de la dictadura franquista, en que la ciudad de Barcelona se convirtió en la capital cultural de España e Iberoamérica. El camino hacia la democracia hizo temblar los cimientos de la cultura más académica y el epicentro de ese seísmo se focalizó en las emblemáticas Ramblas barcelonesas. Fue allí donde emergió la figura de José Pérez Ocaña. “La Ocaña”, como gustaba llamarse, fue un artista a todas luces inclasificable, porque a priori era un pintor que usaba el travestismo y las performances como tarjeta de presentación. Han tenido que pasar más de 40 años de su prematura muerte, para que hoy Ocaña sea reivindicado como un icono del movimiento LGTBI y por extensión un pionero en la lucha por todas las libertades.
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